domingo, 18 de marzo de 2012

La vida sigue.


Siempre he querido hacerlo. Irme. Dejarlo todo atrás. Sin decirle adiós a nadie, no se me dan bien las despedidas. Que nadie sepa a donde voy, que nadie llore por mí, que nadie me extrañe. Que nadie intente buscarme, que sea como si yo nunca hubiese existido. Que la soledad me haga reflexionar y encontrarme a mí misma, lejos de toda la hipocresía que me rodea. Nueva ciudad, nuevas personas, nuevas costumbres. Andar por las calles de alguna gran ciudad rodeada de desconocidos que no gastarían su tiempo en dedicarle una mirada a esa chica que anda por la acera sin rumbo fijo. Esperar en la parada del taxi mientras la lluvia empapa mi pelo y el viento se cuela por mi cuello. Encender un cigarrillo y cerrar los ojos mientras el humo inunda mis pulmones. Subir a ese coche y dirigir al conductor hacia la que sería mi nueva casa. Mirar las gotas deslizarse por el cristal de la ventanilla. Dejar unos cuantos billetes en el asiento e irse sin mirar atrás. Entrar y tirarme en el colchón mientras me quito las bailarinas inundadas. Taparse con las sábanas blancas para luego volver a levantarse por culpa del insomnio. Abrir la ventana y asomarse al pequeño balcón. Dejar de contener las lágrimas y que se mezclen con las gotas de agua. Mirar al cielo y ver tu nombre entre lo astros que tiritan. Volver a dentro. La vida sigue.

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